jueves, 28 de enero de 2010

El ovillo, viene detrás.

Estaba esperando subirme de pies a ese árbol para encontrar algo que decir. No analicé tu olor ni mi dolor. Me dejé impelir por ese tronco que se enarbolaba hasta los altos confines y se perdía más allá de mi enfoque de visión. Se me nubló la vista. Perdí el equilibrio pero me recuperé de un salto antes (o justísimo tras) caer. Ni se me ocurrió haber podido caer. Seguí mirando al frente. Me clavé unas cuantas astillas. Probé la aspereza de las hojas y la amargura de los pétalos en flor. Lo más suave resultó ser la oruga que corría campo a través. Si no hubiese sido porque sus pinchos se me quedaron clavados en la garganta, y los tuve que escupir improvisando un impetuoso gesto abdominal. Me quedé mirando hacia arriba, intentando ver más cielo entre las hojas amedrentadas, subidas las unas a las otras, entrelazadas y todavía no listas para caer. Se me soltó el collar. Y se cayeron las bolas sobre los frutos maduros que entraban en la tierra. Ni se me ocurrió volverlos a buscar. Pensé, "lo que fue, no se va". Y seguí trepando de rama en rama, engullendo o respirando, y con una única voluntad de estar. La inquietud se me volvió sabor de fresa, y por unos instantes no dudé. Seguí hilvanando y me dije, "(...) El ovillo, viene detrás. Y ya no más a mi pesar."

martes, 26 de enero de 2010

Microrelatos de 151 palabras enmedio de un cadáver exquisito: Lady Marghal y el pozo de los deseos.

(…) un diván rojo. Quedan pocos minutos para que termine la sesión y yo pueda volver a colocarme las plumas y los colgantes baratos, los ligueros dados de sí y las lentejuelas sostenidas por el viejo corsé. Ya no me quedan ningunas ganas de dar concesiones ni asentimientos de cabeza, generosidades sin precio, sostenes fuera de lugar. —Déjame pasar. Tengo que ir al baño—. Mientras lo intento me sigue agarrando del muslo e insiste en alargar la sesión. —El tiempo es oro, nene—. Con el balconnet en una mano masculla “de eso ni hablar, baby, lo estamos pasando fenomenal”, y tras apurar las últimas gotas él me lanza una moneda desde el borde de la cama. — ¡Que no soy una hucha! — le suelto. A este borracho no lo aguantaría ni Lady Marghal. Pongo a M. por testigo que éste será el último. —Necesito un trago—. Y una chistera azul. (…)

viernes, 22 de enero de 2010

Picas o corazones (♠♥)


Me pregunto qué clase de cosas dan al fin y al cabo la “felicidad”. Si os dieran a elegir, me gustaría saber si os decantaríais por las cosas reales, cómo tener una casa, a gente que os quiere, animales, plantas, hijos, tiempo y libros que leer, un trabajo (“el trabajo”), o por otro lado elegiríais no-tener, es decir tener la puerta siempre abierta para lo que pueda llegar, y el espacio de maniobra suficiente para poder ir completando los sueños menos visibles, pero más latentes. Contrariamente puede que nos educaran para tener esos sueños primeros, los visibles, e ir rellenando poco a poco el álbum de fotos de las cosas a adquirir en tierra. Me sigo preguntando si eso es la “felicidad”, y me sigo encontrando con el eco absurdo de este vocablo, que de por sí me evoca más o menos que un soufflé, o un atestado merengue (merengue atestado de azúcares), y también me molesta que el hecho mismo me persiga. Me diría también que estas dudas sobre todo las aprecia aquél que todavía no se ha atrevido a posicionarse (o no demasiado), pues cuando uno se mete de lleno en la rueda del transcurrir, ya poco tiempo le queda para pensar. De hecho, encuentro ya a priori absurdo este planteamiento, y presentar las cuestiones mismas me repatea, por no decir que se me aparecen con tintes casi pasteles y adolescentes, y sobre todo porque creo que la respuesta a todo esto está en saber elegir con seguridad cada momento, pues pensar a largo plazo a veces no hace más que provocar mareo y pura repulsión frente al vértigo del abismo. Y no sé muy bien desde dónde imaginamos que vamos a caer. O dónde creemos (y cómo) que vamos a aterrizar. Pero la cuestión está en que las decisiones, esas pequeñas decisiones, provocan cambios y direcciones mucho más irrevocables de lo que nos podemos imaginar (y a la vez no). Coger un tren nos puede cambiar el paisaje de por vida, aunque a su misma vez muchos se arrepienten y vuelven a coger otro tren, o solicitan un billete de vuelta largos años después, que no les hace más que confirmar que el tiempo, ya pasó. Muchas veces tener que tomar decisiones nos provoca más que un dolor de tripa. Alguna vez solía enfrentar esa primera palabra y los arquetipos que le siguen a la siguiente y menos tangible que es “veracidad”. Creí que lo primero representaba un lugar abarrotado de bienes materiales y si me permiten, de ofrendas reales a Dionisos, y lo segundo enmarcaba el paradero de lo interno y lo riguroso, algo así cómo lo apolíneo, algo que nunca traicionaría a la “bien-perfilada y tan re-buscada ley personal”. Pero me sigo preguntando, ¿se reduce acaso todo esto a saber tomar las decisiones por uno mismo, diferenciando claramente si vienen marcadas por deseos y proyecciones ajenas o se erigen desde y sobre nuestra propia “voluntad”? Aún y así es difícil asumir las consecuencias del tren que se toma, y a medida que pasan los años, cada vez más, no sé si porque el camino se carga o porque queda menos tiempo y es más difícil deshacer los embrollos de la esforzada hilatura (o porque la fuerza se desgasta y uno economiza en gastos). También pienso que todo esto no es más que una tontería, y que en realidad se debe vivir y punto. Pero no está mal tener la mente clara, por no afirmar que es fundamental. Entonces me diré, "la primera pregunta no sirve", (obviamente es demasiado simplista), y nadie se decidiría por una postura sin un poco de la otra. Todos saben que temer a las picas es estar cegado, porque no hay corazón sin picas, ni picas que no alberguen un corazón traslúcido en su interior. La pregunta es, ¿tenéis corazón suficiente y sangre fría para jugar? De mi parte os deseo toda la suerte del mundo, y que vuestros cuatro “sinos” os protejan, una vez más (♣♦).

(Y por si acaso o por pura superstición, guardaros este As en la manga.)

viernes, 15 de enero de 2010

La Crisálida (tragar o respirar)

Estábamos sumergidos bajo el agua
Entre las sirenas y las langostas
Había piedras y muchos puntos de luz
Materia gris e irisada
Por un momento creí no respirar
Cuando la ballena se acercó
Y alguien me dijo, mira
Nos están fecundando
Entonces todo se llenó
De motas blancas
De muchas más luces
Todavía más blancas
Amebas y densidades
Paseando sobre nuestras cabezas
Alimentando nuestros ojos
Con nuevas particularidades
El universo flotando en la interna
Sumersión cataléptica y diáfana
Y nosotros pensando en respirar.

viernes, 8 de enero de 2010

Escurrir el bulto (o salir de la ciudad)

No tenía trabas, plumas;
paredes con quién jugar.
No tenía entradas, ni columnas;
historias ni chistes que embargar.
No tenía vientos ni des-con-ciudades;
será que el juego existe
en cuanto entra la nave.
Será que el juego emerge
disparado, en el centro oblicuo
de la dichosa, humilde dificultad;
entre la boca y el ombligo y la espada,
entre el invierno y la des-habilidad.
Será que se crece el viento cuando
no existe la calma.
Que se crece el salto cuando aparece
el oscuro tras-rincón sin mesurar.
Será que ya no muerdo el aire.
Será que ya no me grabo a mí misma
escurriendo mi propia sal.
Bultos a parte, digamos mar.

lunes, 4 de enero de 2010

Doce uvas y algo que contar.

El águila del desempeño se encuentra con las alas del entierro, y se desentiende del agujero sobre el que armó sus estruendosos cementerios.
El león de la bala de añil se ceba antes de que el zorro salga a la caza desmenuzada de animales y pieles de elefante o de almirantes viejos.
La niña traviesa se asoma entre las hojas y las hojas y las hojas de más, intuyendo que tras el verde o el blanco siempre quedan más.
Tras la llanura ya no hay más historias que la historia misma, esa que nunca deja de contarse a sí misma, y que no cesa más si no es para enamorarse de su propio curso de sucesos aparentemente enajenados pero adyacentes.
La cuarta línea se humedece cómo la tierra que posterga bajo la lluvia.
Y el pernoctar lento de la semana, se crece a trompicones con mareas bajas, acompasadas y llenas de pausas, interrumpidas por el olor todavía sujeto de la almohada.
Decirles a estos menesteres cuántas rimas quedan todavía por contar, decirles a estos bravos esculpidos y a estas fieras crecientes el lugar de los secretos anudados y los deseos que pedisteis antes de cruzar el umbral.
Doce uvas y algo que contar.